lunes, 27 de junio de 2011

LA ESCLAVITUD DE LOS HOMBRES ES LA GRAN PENA DEL MUNDO

Así titula el autor Wilkie Delgado Correa un artículo que encontré en la prensa digital y quiero reproducir en mi blog porque en realidad, no es la esclavitud de las cadenas la que nos mata, sino la esclavitud del ser humano al capital, cómo se vuelve sumiso, obediente, incapaz de actuar ante el miedo a la pérdida de lo poco que le concede. He ahí parte de ese movimiento de los Indignados, que recorrerá el mundo, por supuesto, porque es una indignación verse sometido a esa esclavitud moderna en nombre de la supervivencia.

Se conoce que la institución de la esclavitud como condición humana degradante estuvo vigente durante siglos y fue responsable de la muerte de millones de seres humanos y causa del enriquecimiento de personas y estados que aún conservan en sus arcas el botín arrebatado a parte de una humanidad sufrida y explotada. La abolición de los esclavos, decretada después de un largo proceso de reivindicación de la condición de igualdad de todos los seres humanos, pudiera parecer que puso punto final a las barbaries cometidas al amparo de aquel ejercicio criminal y vergonzoso.

Sin embargo, después de terminada aquella esclavitud expresada en las cadenas y propiedad férrea con las que se dominaba a los esclavos, se instauró otra esclavitud con cadenas invisibles que aherroja a millones de personas, obligadas a servir al poderoso rey dinero, y dejó como herencia la discriminación racial y social de los pueblos originarios y los afrodescendientes.

El mundo conoce, de vez en cuando, noticias sobre grupos de personas que, allá o acullá, habían sido mantenidas en forma de encierro clandestino y en condiciones de esclavitud extremas, y que habían sido rescatadas mediante operaciones policíacas. Esto es motivo de un escándalo noticioso ante lo insólito de estos hechos.

Pero lo realmente escandaloso es que todos los días, ante los ojos indiferentes de gobernantes y gobernados de muchos países pertenecientes o no a las denominadas democracias representativas, trascurra un proceso de esclavitud tolerado que se manifiesta en la explotación, la trata, la marginación, la miseria, el trabajo inhumano, la incultura, la insalubridad y la muerte prematura de millones de seres humanos, condenados a tales condiciones como si se tratara de parias que no merecen mejor suerte.

Por eso, que fue y es verdad como reflejo de la dominación y explotación de una mayoría de seres humanos por otra minoría de personas poderosas en el régimen capitalista pasado y presente, es válida la síntesis atrapada por José Martí sobre este asunto: “Yo sé de un pesar profundo / entre las penas sin nombres: / ¡La esclavitud de los hombres / es la gran pena del mundo!”

Si en el pasado la esclavitud encadenada resultó abolida al costo de millones de vidas en una lucha en que se demostró, al decir de Martí, que no existe “gran esclavitud de que no surja una grandiosa redención”, hoy la redención de esa falta de libertad, la esclavitud encadenada al capital y a otros vicios y manifestaciones sociales dominantes y violentos, debe llegar de las manos de una cierta manera distinta del ejercicio de la política contemporánea o futura, en la cual sea realidad la distribución equitativa de los recursos materiales y espirituales y la cura de la sociedad de los grandes males sociales.

Decía Martí que “la educación es el único medio de salvarse de la esclavitud”, ya que “ser culto es el único modo de ser libre”. Y como acción política esencial se debe reconocer, a nivel individual y colectivo, que “la libertad no es placer propio: es deber extenderla a todos los demás”.

Se impone, pues, en las condiciones concretas de los pueblos durante el presente y futuro de este siglo XXI, tener conciencia de que la esclavitud enriqueció y enriquece a los dueños, asfixió y asfixia a los esclavos antiguos y modernos y por eso urge “sacar del mundo la esclavitud y sus huellas”. ¿Cómo y cuándo pagarán los países coloniales la deuda que deben, por el despojo de las riquezas y el exterminio de las poblaciones durante los siglos de conquistas, a los países colonizados, y, en particular, con el continente africano?

El hecho de que en las manifestaciones públicas realizadas en las plazas y calles de los países europeos se exponga en carteles la lucha contra la condición de esclavos a que los somete el régimen imperante y se reclame que se ponga fin al actual estado de cosas, que se expresa en muchas formas distintas en los pequeños y grandes estamentos de la sociedad, refleja en cierta medida un despertar para mirar las entrañas de un sistema que deslumbra por los oropeles de una riqueza desbordante que se extrajo y se extrae con sudor y sangre y que hoy se regatea a millones de personas no solamente pobres sino también de la clase media.

El saldo que deja el actual estado de esclavitud de nuevo tipo es impactante y horripilante si analizamos las cifras que se manejan en las estadísticas de las organizaciones internacionales como la OMS, la UNESCO y otras. ¿Cómo no considerar horrendo el número de muertes por enfermedades evitables? ¿Cómo entender que millones de personas mueran de hambre o vivan en condición de hambre? ¿Cómo no indignarse y combatir un status quo en un sistema nacional y global que permite la muerte evitable de millones de niños de todas las edades, y mantiene a millones trabajando en condiciones peligrosas? ¿Cómo no sentir vergüenza ante la realidad de que millones de personas carezcan de servicios de salud para atender su estado de sanidad o enfermedad, o carezcan de trabajo y, por tanto, de medios de vida? ¿Por qué razones millones de personas son analfabetas o insuficientemente escolarizadas? ¿Cuándo se abrirán las puertas de la cultura y del patrimonio universal a las grandes mayorías desposeídas de la herencia material y espiritual? ¿Cómo no causa pavor la condición infrahumana a la que están condenados millones de personas minusválidas? ¿Cómo no causa náuseas el estado de los millones de seres humanos sometidos forzosamente a la trata de personas y la prostitución, y otros males, por mafias criminales? ¿Cómo se habla farisaicamente de libertad, igualdad y fraternidad cuando se niegan en la práctica a los pueblos originarios, a los afrodescendientes y a los emigrantes de todos los parajes?

En fin, se puede continuar con las interrogantes hasta atiborrar a las conciencias dormidas o amnésicas. El desfile de cosas espeluznantes que caracterizan el estado manifiesto u oculto de la esclavitud moderna sería largo, muy largo, inmensamente largo, si todos los que la padecen se pusieran en hileras de uno en fondo a lo largo y ancho del planeta tierra.

Pero, además de denunciar la esclavitud contemporánea y expresar los dolores sentidos de la humanidad esclavizada y desposeída, urge desmantelar la odiosa y despiadada condición degradante para que esa parte de la humanidad sufrida pueda ser liberada y elevada donde pueda resplandecer y disfrutar de una felicidad que sólo entonces será posible. Todo eso sólo se logrará –no se engañe nadie- mediante la lucha tenaz, perseverante y sostenida.


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