EL DERECHO, SU ENSEÑANZA Y LA
SOCIEDAD
Por Mario Elffman
Hace pocos días
leí un nuevo aporte sobre las lecturas de EL PROCESO de Kafka y su articulación
con el posmodernismo. Allí se nos dice que en la parábola de Kafka, el hombre,
Joseph K., cuya falta de resistencia excita la rebelión del lector, hace todo lo que puede para ENTRAR en
la ley, que es pensada como una fuerte LUZ que emana detrás de las puertas. De
las puertas cerradas. La ley es, entonces, un recinto cerrado (un ‘in’) en
oposición a todo lo que está fuera (un
‘out’).
La enseñanza
universitaria del derecho es la historia de una búsqueda para llegar a esa
puerta, como punto de contacto entre el ‘in’ y el mundo, la sociedad. Esa
búsqueda que , según Borges, está siempre condenada al fracaso. Abrir esa
puerta, y traspasar su umbral parece ser un logro tan perfecto, tan ‘científico’,
tan dotador de sentidos al discurso, como para cerrar la puerta a nuestras
espaldas y no percibir la luz del ‘out’ que filtra en su base.
Joseph K ignora
hasta su propia ejecución, y mucho más allá (si se entiende que la novela no se
cierra) de qué se le acusa, cómo se ventila su causa, quiénes y por qué lo
condenan; pero su ajenidad y pasividad
no le impiden una ciega fe en el derecho
(así, casi mística, como en una ya vieja obra de Sebastián Soler) y en la
aptitud para manejarlo de sus demiurgos, los juristas, los jueces, los
fiscales, los abogados. Convengamos en que no es un fenómeno ‘local’ del ‘in’
del derecho. Suelo citar esa decisión de un profesor de medicina, que en una
unidad hospitalaria próxima al egreso de sus estudiantes, les pidió una
definición de la salud; y que, desde ese ‘in’ sin retorno, no obtuvo ninguna
respuesta más satisfactoria ni abarcadora que aquella que la describía como la
‘ausencia de enfermedad’.
Se me dirá que,
tanto en ese caso como en el del
derecho, el ‘in’ representa una posible deformación profesional, pero
necesaria para advertir, detectar e interactuar con la ‘enfermedad’: el
problema de los problemas consiste en ignorar lo principal, que es precisamente
el que se trate de una deformación.
El dilema que
nos propone la puerta y su clausula a la alteridad es mayor, y mucho más graves
sus consecuencias, cuando el ‘operador’ ni siquiera se lo ha planteado, ni ha tenido que hacer esfuerzo alguno
para abrirla, puesto que nació y se
desarrolló en ese ‘in’, ya habilitado como tal por otros; ese ‘in’ tan estable, tan poco permeable y tan preservador del ‘statu quo’, como lo
diseñara ese holograma omnipresente en nuestras aulas, el de la figura
‘consular’ de Georges Ripert.-
El nacimiento en
el ‘in’ suele ser una cuestión de clase (Ay, Antoñito el Camborio, hijo y nieto
de Camborios, dice García Lorca), tanto por vía directa como oblicua. De esta
última es muestra ilustrativa la de quienes llegan al ‘conocimiento’ desde el
interior del propio aparato, en esa ‘carrera judicial’ para la cual la
obtención del diploma profesional de abogado tiene como horizonte el favorecimiento del progreso en esa misma
carrera. Así se pierde hasta la memoria
endogrupal relativa al ‘out’ , de la
sociedad y sus conflictos reales, concretos, complejos, dinámicos y creativos.
El
profesionalismo resultante es casi ficcional. El operador jurídico se concentra
en dos funciones principales: la de
quien se considera antes neutral que imparcial, y la de quien entiende que su
función consiste en obviar ambos elementos al abogar por las razones del
interés que le toque defender. A unos y a otros, Joseph K los (¿nos?) interpela
desde su ‘out’ hasta su ejecución y aún
después de ella.
El sujeto concreto de aquellos conceptos con los
que nos manejamos está tan fuera de nuestro universo conceptual como el
‘Anderer’ de ese formidable libro de Philppe Claudel “El informe de Broddick”: ese extraño, ese ajeno, que se permite
ingresar al pequeño universo de un pueblo que ignora hasta la guerra que se
desarrolla en sus proximidades, y que por ser extraño y ajeno está condenado a
ser suprimido y asesinado desde el mismo momento en que interrumpe, incluso sin
proponérselo, ese orden quietista,
aprovechador y cobarde. Cerrada la puerta, hay aún ventanas, y el desarrollo de
los aspectos jurídicos de la lucha por los Derechos Humanos y de todo aquello
que Luigi Ferrajoli se empeña en enseñarnos a considerar como Derechos Fundamentales, lo evidencia y resalta. Como tales ventanas ingresa y ventila hoy las aulas
universitarias tanto como las sentencias
judiciales.
Ensanchar esa
transferencia de aire proveniente del ‘out’, ampliar esas ventanas y hacerlas
permeables y útiles para ver no solamente lo que pasa a su altura sino desde el
piso mismo de la sociedad, aquel cuya luz se advertía en el vano de la puerta
cerrada, es un gran desafío del derecho contemporáneo, y de su enseñanza. Especialmente, si queremos evitar que los ‘anderers’
seamos nosotros, en un mundo que tiende a cambiar a una velocidad mayor que el
comparativo estanco del ‘in’ del derecho.
La parábola de
Kafka se cerraría en aquel momento en el que los propios burócratas del orden
jurídico perdieran la conciencia de qué es lo que están juzgando, qué lo que
están defendiendo, qué lo que están condenando, ni quién es ese sujeto Joseph K
que es colocado ante sus ojos vendados. Como viejo profesor de derecho, como experimentado abogado y como juez, me
siento un poco cómplice de este crimen, y no quiero seguir siéndolo.
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