Mujer cubana divorciada, ¿mujer en
problemas?
Las mujeres cubanas actualmente
esperan más del matrimonio que en otras etapas, por eso acuden más que los
hombres al divorcio. En consecuencia, hoy, Ellas encabezan cerca de la tercera
parte de los hogares en Cuba.
Hace dos años, tuvieron lugar unos 34
mil divorcios en Cuba. El Anuario publicado en 2016 por la Oficina Nacional de
Estadísticas e Información (ONEI) permite conocer que de aproximadamente 34 000
divorcios en 2015, casi 11 000 fueron entre parejas con 15 o más años de
matrimonio.
Y si ello pudiera asombrar, quizás
algunos enarquen aún más las cejas al conocer que son las mujeres quienes más
solicitan la separación.
Claro, podrían sorprenderse sobre todo
aquellos que tienen más asentados en su silla turca esquemas tradicionales, esos
que dibujan a la mujer como modosita y de su casa, dependiente y resignada.
Pero es que las cubanas de esta segunda
década del XXI no guardan mucho en común con sus bisabuelas. Como esperan mucho
más del matrimonio que en otras épocas, al ver frustradas sus expectativas, no
se lo piensan mucho para ir ante el notario a disolver una unión que la dejó a
medio camino.
Este es el criterio de la psicóloga
Yohanka Valdés Jiménez, investigadora en el Departamento de Estudios sobre
Familia, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, vertido en
su investigación “Impacto psicológico del divorcio en la mujer. Una nueva
visión de un viejo problema”.
Cada vez más personas son incapaces de
aceptar un vínculo disfuncional, asegura la psicóloga Yohanka Valdés, y las
mujeres parecen llevar la delantera porque son quienes están acudiendo al
divorcio con más frecuencia.
Claro, las estadísticas arriba
apuntadas son solo el flashazo a una parte de la realidad porque no incluyen
las uniones consensuales, que en Cuba son las más; y vaya a saber cuántas se
disuelven anualmente.
De todos modos, esto de que las mujeres
sean las que más solicitan el divorcio tiene muchas lecturas. No es que sean
“las más bárbaras”, como acostumbra reiterar un conocido, ni que el fenómeno
conlleve un aplauso cerrado.
Habría que ver por qué se producen los
divorcios y, sobre todo, de acuerdo al tema de este trabajo, qué impacto tienen
en la mujer, esa que luego de separada debe interiorizar subjetivamente y en
términos prácticos la separación.
No es desdeñable el impacto que tiene
el divorcio en la mujer, considerando los nuevos roles que pueden tocarle
dentro de la dinámica familiar.
Es lo que la investigadora Valdés
Jiménez llama etapa de elaboración de la ruptura, que implica una
reestructuración personal y junto con ella, asumir lo que la experta califica
como Divorcio económico a partir de la separación de ingresos y
financiamientos. Se agrega a ello el Divorcio social, porque cambian las
relaciones con los parientes del ex, a la vez que pueden darse transformaciones
en las redes de apoyo social, en las amistades comunes…
Es con el llamado Divorcio emocional
que se cierra el círculo, se acepta la nueva realidad de una misma y del otro,
y con ello pueden abrirse puertas a una mayor plenitud, “con autonomía e
independencia y aumento de la autoestima y confianza en sí mismo”.
Pero antes de que esto suceda –que no
es la única de las salidas, pero sí la más deseada-, después de la firma, entre
los retos más duros se apunta encarar los nuevos roles que a Ella le tocan, que
pueden ser bien complejos en el caso que el matrimonio haya tenido hijos y
estos se queden, como es lo más usual, con mamá.
Si la cubana que se divorcia es también
mamá, entonces las responsabilidades pueden multiplicársele.
Todo eso repercute en el funcionamiento
familiar que va emergiendo luego de la separación y que adquiere distintos
ropajes: uno, si se construye un hogar monoparental con la mujer al frente del
mismo; y otro, si lo armado es la llamada familia reconstituida.
En cualquier caso, el reto es
complicado porque en los cimientos de estas nuevas construcciones andan
debatiéndose nuevas actitudes que tropiezan una y otra vez con viejos valores. Las
familias monoparentales o reconstituidas formadas a partir de un divorcio no
tienen por qué negar de cuajo los valores y dinámicas cultivados en la familia
originaria. Así lo considera la psicóloga cuyo estudio sirve de fuente a este
texto. También, con otras palabras, lo resume Yurina de la Caridad R.
Luego de un matrimonio de 16 años y un
hijo de 14, esta técnico medio en Bibliotecología y residente en Puentes
Grandes, La Habana, decidió disolver su vínculo con el esposo.
Se habían casado muy jóvenes –no
olvidar que las cubanas, a pesar de muchísimas transformaciones a su favor,
como tendencia, inician la vida en pareja a edades tempranas, lo que en cierta
medida tributa a las elevadas tasas de divorcialidad, que siguen yendo cuesta
arriba.
Él, tantos años después mantenía como
de estreno una conducta egocéntrica, muy posesiva, y estaba renuente a que ella
matriculara la licenciatura en Ciencias de la Información por curso a
distancia, y no había tarde que no la recibiera refunfuñando porque llegaba
“cruza’o” y Yurina no se veía aparecer ni a dos kilómetros de la cocina.
Además de intentar cortarle las alas,
hacía bastante que había cercenado lo que quedaba de amor entre ambos limitando
la comunicación entre ambos a simples intercambios de información sobre lo
cotidiano: que si la lámpara no enciende, que si hay que sacar el arroz de la
bodega, que si al niño hay que comprarle unas zapatillas nuevas para ir al Pre…
Lo que uno sentía por el otro, lo que a
cada cual le alegraba o entristecía el alma, había quedado fuera de la agenda
–si es que alguna vez estuvo incluido. Así que cuando Yurina solo se olió que
el esposo andaba “sacando la patica” con una recepcionista de su trabajo,
demoró menos de una semana en plantearle el divorcio.
No vienen aquí al caso las espinas,
púas, pinchos y demás que la bibliotecaria hubo de sortear antes, durante y
después del divorcio. De todos modos, con algunos arañazos, llegó al final del
camino.
Y empezó otro.
Porque fueron entonces las miraditas de
la señora que vive al doblar, miraditas censuradoras que a las claras le
gritaban: “Mira pa’eso, tan vieja y divorciándose. Seguro que tiene otro. Ni
pensó en el hijo. Vivir para ver”.
Miradas y comentarios de ese orden
alcanzaron a Yurina por los cuatro costados, y junto con ellos, le entró la
consabida angustia de, con cuarenta más que cumplidos y un hijo
adolescente, quedarse sola para siempre.
Las cuentas para llegar a fin de mes se
hicieron casi para ser resueltas por un mago más que por la calculadora, y
súmele que el muchacho, sin la presencia paterna que era la que le cogía
cortica la rienda, empezó a desacatar normas, disciplinas, deberes escolares.
La licenciada Yohanka Valdés Jiménez,
especializada en el tema familia, resume en su estudio, al comentar casos como
el de Yurina, que “la separación conyugal tiene entre sus resultados más
visibles, el incremento de nuevos modelos de familias: las monoparentales y
reconstituidas. Estos tipos de familia, presentan características muy
peculiares: en ellas no se trata de edificar un nuevo grupo que anule toda la vida
anterior y donde se configura una dinámica diferente.
“Se trata de una organización que
impone grandes retos a sus integrantes. Una parte importante de estos desafíos
deben ser enfrentados por las mujeres, que en no pocas oportunidades pasan a
ser jefas de hogar, quedando ante la alternativa irremisible de asimilar e
incorporar con rapidez los cambios que ocasiona el divorcio en el
funcionamiento familiar”.
Además del nada liviano peso de la
cultura patriarcal que debe continuar llevando sobre sus hombros, a la cubana
que se divorcia y asume el rol de jefa de hogar, le sigue correspondiendo
propiciar la reproducción física de los integrantes de la familia –su
alimentación, ropa lavada, higiene en el hogar, etc., etc.- y, además, tributar
a que exista el necesario nivel afectivo y de comunicación. Se escribe fácil,
pero concretarlo no lo es.
“La preparación para asumir la nueva
organización familiar, exige de la mujer un alto nivel de elaboración y
reflexión personal, en tanto la adopción de la jefatura de hogar le plantea
como alternativa, el despliegue de un mayor número de actividades, sobre la
base de mayores responsabilidades”, sentencia la psicóloga.
Su indagación ratifica que el divorcio
es hoy la opción por la que se inclinan aquellas y aquellos que no disfrutan
durante el vínculo de la autonomía y el crecimiento personal que necesitan.
Intentando cubrir expectativas
personales en el orden de las arriba mencionadas es que Ellas han ido
modificando su actitud hacia la ruptura conyugal, acudiendo a ella con mayor
frecuencia por entenderla como un cambio que será para mejor. Yohanka precisa:
“Esperan mucho más del matrimonio que en otras épocas, consideran que este debe
cumplir sus expectativas para justificar su conservación”.
Por supuesto que no todas las cubanas
piensan del mismo modo. No todas son esa “Eva que deja de ser costilla”. Las
limitaciones económicas, sobre todo si hay hijos de por medio; así como
prejuicios y atavismos se convierten en varillas que ni con pértiga pueden saltar
muchas cubanas para transitar a un mejor estilo de vida, ese en el que vale más
estar sola que mal acompañada.
Como mismo la interrupción del embarazo
no es un método anticonceptivo, así tampoco el divorcio ha de ser entendido
como la solución por excelencia para un conflicto de pareja. Solo cuando, al
decir de Valdés Jiménez, “la relación cuesta más en tensión emocional, que lo
que ofrece en satisfacción personal”, habría que entrar a considerarlo.
Es en casos como el descrito cuando la
disolución del vínculo se traduce, quizás a la mediana o a la larga, en una
variante enriquecedora para ambos miembros de la pareja y también para la
familia toda.
Visto así, el divorcio no tendría por
qué ser visto como un fracaso, como dinamitador de vidas y hogares, aun cuando
para la mujer cubana implique aumento de cargas y responsabilidades puertas
adentro del hogar. Depende, pues, de cómo sea asumido por cada uno de los
miembros de la pareja.
De todas formas, ya sea con guitarra o
con violín, el divorcio entre cubanos parece llevar una tendencia ascendente de
acuerdo a las investigaciones a propósito del asunto.
Para que el mismo no impacte con signo
negativo en la estabilidad del hogar y particularmente en la mujer, tema de
estas líneas, sería más que útil continuar estudiando los por qué y los cómo
del divorcio en Cuba.
Ello, de cara a estrategias y diseños
que beneficien a cada integrante de la familia cubana, cuya importancia social
a veces se olvida o minimiza creyéndola un tema del mundo privado cuando, en
verdad, su felicidad o infelicidad conecta con la de todos.
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