En junio
de 2013, un grupo de periodistas, activistas y profesores universitarios se
reunieron para dilucidar la segunda edición del llamado ‘Premio a las Empresas
Negras’.
La firma
Watami Foodservice, una conocida cadena de restaurantes japoneses, obtuvo el
galardón por segundo año consecutivo muy por delante de otras empresas
dedicadas a la venta de textiles, libros de texto, transportes y hasta una
universidad.
Watami,
cuyo dueño es el conocido multimillonario y político local Miki Watanabe,
obtuvo el 72% de los votos después de que los expertos examinaran todos los
requerimientos del concurso entre los que figuraban: excesos
en las horas de trabajo, abuso de poder, bajos salarios, hostilidad
hacia los sindicatos, negativa a pagar horas extras o arbitrariedades hacia los
empleados temporales.
La
cadena, que posee cientos de tabernas de estilo japones conocidas como
‘izakaya’, se ha ganado un significado lugar en la animadversión popular tras
el suicidio en 2008 de Mina Mori, de 26 años, una empleada que se quitó la vida
tras permanecer trabajando durante dos meses a un ritmo extenuante de 140 horas
extras cada 30 días.
Además de
su abrumadora rutina nocturna -que en muchas ocasiones la obligaba a dormitar
en el mismo restaurante-, Mori tenía que asistir algunas mañana a sesiones de
entrenamiento, se veía obligada a redactar informes sobre el funcionamiento del
negocio o a memorizar el credo de la compañía, redactado por el dueño.
Incapaz
de lidiar con tamaña presión, la fémina escribió una premonitoria misiva a sus
padres en la decía: “me duele el cuerpo, estoy agotada, emocionalmente
paralizada. Por favor ayudarme”.
Aunque el
fallecimiento de Mina fue definido como “accidente laboral” en 2012, Watanabe
se negó a pedir disculpas o a reunirse con los padres de la víctima hasta que
accedió en diciembre pasado a pagarles 130 millones de yenes (unos 970.000
euros) y admitir su responsabilidad.
Los
padres de Mina habían asegurado que para ellos el deceso de su hija -aunque
inducido-, fue “un asesinato”. “Mientras que no se encuentre a los asesinos y
no se les expulse (de la compañía), se producirán más asesinatos”, afirmaron en
una misiva que dirigieron a los responsables de Watami.
‘Karoshi’
Pese a la
repercusión mediática de este suceso y la aprobación de una nueva normativa en
2014 para frenar un fenómeno que tiene su propio término -se llama ‘karoshi’-,
lo cierto es que las últimas estadísticas oficiales volvieron a registrar un
número récord de este tipos de trágicos incidentes en el último recuento anual.
Según el
Ministerio de Trabajo japonés, el año pasado murieron hasta 189 personas
-suicidios comprendidos- a causa de la fatiga laboral extrema, aunque los
expertos estiman que la cifra real se cuenta por millares. Las demandas
laborales relacionadas con esta práctica alcanzaron la cifra inédita de 2.310.
En los
años del llamado “boom” japonés de los 70 y 80, los expertos estimaban que unas
10.000 morían anualmente en la nación asiática por este motivo.
Aunque
los decesos a causa de un empleo extenuante se vincularon al mercado laboral
japonés después de que se conociera el primer caso en 1969 -y alcanzaran cierta
notoriedad a partir de los 80 y 90 con ejemplos como aquel conductor de
autobuses que murió a los 37 años de una embolia tras pasar 15 años sin librar
ni una sola jornada-, también es algo recurrente en países como Corea del Sur o
China.
Los
últimos datos gubernamentales son puestos en cuestión por Hiroshi Kawahito,
secretario general del Consejo Nacional de Defensa de Víctimas de Karoshi
(NDCVK), que opina que esos guarismos tendrían que multiplicar por diez ya que
el asunto sigue siendo una suerte de tabú a nivel oficial. “El gobierno organiza conferencias y publica
carteles sobre este problema, pero es propaganda. El problema real es reducir
las horas de trabajo y no están haciendo lo suficiente. El problema es que la
legislación laboral japonesa no tiene dientes”, manifestó a la agencia Reuters.
La
legislación local permite las horas extras sin límite si hay un acuerdo entre
la empresa y los empleados, y en un país donde la devoción por el trabajo
constituye casi un culto, a muchos les parece lo lógico.
“La norma
social en Japón estipula que los trabajadores prioricen sus responsabilidades
laborales sobre la familia o las obligaciones comunitarias”, indicó Rika
Morioka, una especialista en salud.
Los
excesos laborales de las firmas japonesas no se justifican por la carestía de
puestos de trabajo. Al contrario, los guarismos oficiales demuestran que
existen hasta 1,28 empleos por cada persona que pretende incorporarse al
mercado laboral.
Para
Hirokazu Ouchi, profesor de la Universidad Chukyo y autor de un libro sobre
esta problemática, el ‘Karoshi’ “es una táctica que usan las compañías para
mantener los costes laborales a la baja, pero que también puede llevar a la
muerte por exceso de trabajo”.
(Tomado
de El Mundo)
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