El golpe parlamentario como asalto al bien común
Leonardo Boff
Uno de
los efectos más perversos del golpe parlamentario, destituyendo a la presidenta
de Brasil, Dilma Rousseff, con razones jurídicamente cuestionadas por los
juristas más conceptuados de nuestro país y también del exterior, fue imponer
un proyecto económico-social de ajustes y de modificaciones legales que
significan un asalto al ya desvalido bien común. El golpe fue promovido por las
oligarquías adineradas y antinacionales, que usaron un parlamento que da
vergüenza por su ausencia de ética y de sentido nacional, mediante el cual
pretenden drenar para su provecho la tajada mayor de la riqueza nacional. Esto
ha sido denunciado por nombres notables como Luiz Alberto Moniz Bandeira, Jessé
Souza, y Bresser Pereira, entre otros.
Está en
curso el desmantelamiento de la nación. Esto significa la implantación de un
neoliberalismo ultraconservador y predatorio que prácticamente anula las
conquistas sociales en favor de millones de pobres y miserables, quitándoles
derechos en lo referente al salario, al régimen de trabajo y de las
jubilaciones, además de reducir y hasta liquidar proyectos fundamentales como
Bolsa Familia, Mi Casa, Mi Vida, Luz para Todos, el FIES y otros institutos que
permitían el acceso al estudio técnico o superior a los hijos e hijas de la
pobreza.
En
particular, se han empezado a subastar bienes colectivos como partes de
Petrobrás y a poner en venta tierras nacionales. La privatización significa
siempre una disminución de bienes de interés general que pasa a manos del
interés particular. Se ataca lo que se llama hoy “derechos de solidaridad” que
somete los intereses particulares a los intereses colectivos y comunes.
Se están
erosionando los dos pilares fundamentales que históricamente construyeron el
bien común: la participación de los ciudadanos (ciudadanía activa) y la
cooperación de todos. En su lugar, el orden actual impuesto por los que
perpetraron el golpe, enfatiza las nociones de rentabilidad, flexibilización,
adaptación y competitividad. La libertad del ciudadano es sustituida por la
libertad de las fuerzas del mercado, el bien común, por el bien particular y la
cooperación, por la competitividad.
La
participación y la cooperación aseguraban la base del interés y de lo común.
Negados esos valores, la existencia de cada uno ya no está socialmente
garantizada ni sus derechos afianzados. Por lo tanto, cada uno se siente
obligado a garantizar el suyo. Así surge un individualismo avasallador,
acolitado por ondas de odio, de homofobia, de machismo y de todo tipo de
discriminaciones.
El
propósito de los actuales gestores, reconocidos ya como incompetentes, algunos
rayando en la imbecilidad, es: el mercado tiene que ganar y la sociedad debe
perder. Ingenuamente creen todavía que el mercado va a regular y resolver todo.
Si es así ¿por qué vamos a construir el bien común? Se ha deslegitimado el
bienestar social y el bien común ha sido enviado al limbo.
Pero hay
que denunciar: cuanto más se privatiza más se legitima el interés particular en
detrimento del interés general además de debilitar al Estado, el gerente del
interés general. Nos están imponiendo un killer capitalismo.
¿Cuánta
perversidad social y barbarie van aguantar los movimientos sociales, aquellos
que de la pobreza están siendo lanzados a la miseria, los partidos de raíz
popular y la inteligencia brasilera con sentido de nación y de soberanía de
nuestro país?
Pero
aclaremos el concepto de bien común. En el plano infraestructural, el bien
común es el acceso justo de todos a los bienes comunes básicos como la
alimentación, la salud, la vivienda, la energía, la seguridad y la
comunicación. En el plano social es la posibilidad de llevar una vida material
y humana satisfactoria con dignidad y con libertad en un ambiente de
convivencia pacífica.
Al estar
siendo desmantelado por el orden injusto actual, el bien común debe ser
reconstruido ahora. Para eso, es importante dar hegemonía a la cooperación y no
a la competición y articular todas las fuerzas comprometidas con el interés
general para resistir, presionar y salir a las calles.
Por otro
lado, el bien común no puede ser concebido antropocéntricamente. Hoy se ha desarrollado
la conciencia de la interdependencia de todos los seres con todos y con el
medio en el cual vivimos. Nosotros como humanos, somos un eslabón, aunque
singular, de la comunidad de vida y responsables del bien común también de esta
comunidad de vida. No podemos vender nuestras tierras ni dejar de delimitar los
territorios indígenas, los dueños originarios de nuestro país, ni descuidar la
deforestación desenfrenada de la Amazonia, como está ocurriendo ahora.
Nosotros
los humanos poseemos los mismos constituyentes físico-químicos con los que se
construye el código genético de todo viviente. De aquí se deriva un parentesco
objetivo entre todos los seres vivos como ha destacado el Papa Francisco en su
encíclica sobre la ecología integral. Por eso, cuidar y defender la naturaleza
es cuidar y defendernos a nosotros mismos, pues somos parte de ella. En razón
de esta comprensión, el bien común no puede ser solamente humano, sino de toda
la comunidad terrenal y biótica con quien compartimos la vida y el destino.
La
cooperación se refuerza con más cooperación, pues aquí reside la savia secreta
que alimenta y revitaliza permanentemente el bien-común, atacado por las
fuerzas que ocuparon el Estado y sus aparatos en interés de unos pocos contra
el bien común de todos los demás.
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