El trabajo debe ser la fuente de todos los bienes
En el transcurso de los últimos meses, he leído todo un rosario de artículos, mayoritariamente publicados allende los mares, que de forma tremendista y apocalíptica describen el reordenamiento económico que tiene lugar en Cuba y los cambios que necesariamente deberán operarse en el país. Estos criterios de trasnochados "cubanólogos", que no son más que los eternos anexionistas y vendepatrias disfrazados de defensores del pueblo, no me quitan el sueño, sino por el contrario, como al Caballero de la Triste Figura, me indican que si los perros ladran, señal es de que andamos.
Son precisamente los del patio, los que supuestamente deben acometer el empeño de salvar al país del desorden económico y social reinante (no existe otra forma de calificarlo sin recurrir a eufemismos) quienes se resisten a terminar con el paternalismo y la política del pichón, siempre con la boca abierta esperando que le den el sustento y esgrimen argumentos proteccionistas e igualitaristas siempre invocando a los más desposeídos.
Con respecto a estos criterios, unos emitidos de buena fe y otros más utilitarios, el compañero Marino Murillo se pronunció de forma lapidaria, refiriéndose a la adquisición de materiales de construcción, que era mucho mejor subsidiar personas que subsidiar productos. Este concepto es aplicable a casi todas las esferas de la economía; es mucho más viable y racional identificar a aquellos que en realidad necesitan el subsidio, que aplicarlo al producto o al servicio que consumirán todos.
El socialismo, por antonomasia, representa la justicia social, la equidad y el humanismo, y no dejará desamparado a nadie que en realidad lo necesite, pero aquellos con plenas facultades y pletóricos de salud, que no quieran encorvar la espalda, encallecer sus manos o exprimirse el cerebro con el trabajo, esperando seguir viviendo del subempleo, del cuento, de la mal llamada "lucha" o de las actividades ilícitas, esos, que no esperen misericordia, lástima o piedad, esos tendrán que asumir que la única forma de vivir en el socialismo es mediante el trabajo honrado y creador. El trabajo, el hacedor del ser humano, debe constituir una actividad digna, honrada, libre de prejuicios, bien remunerada, capaz de satisfacer las necesidades del individuo en concordancia con su aporte a la sociedad, debe ser la piedra angular de la construcción socialista, la fuente de todos los bienes, materiales y espirituales, la creadora del bienestar necesario para desarrollar todos los valores del ser humano y con ellos la conciencia del bien colectivo y general. Sin estabilidad económica no puede haber estabilidad política ni social.
Comparar el reordenamiento económico en Cuba con las políticas de choque de los países capitalistas es, como dijera El Cucalambé en su espinela, cuando pretendieron compararlo con Darío: "¼ es igual que comparar, todas las aguas del mar a una gota de rocío". El trabajador que queda fuera en un recorte capitalista, tiene muy pocas probabilidades de encontrar empleo en un medio tan competitivo y hostil como es el mercado laboral actual en esos países en medio de una crisis global.
En Cuba, el sector no estatal es prácticamente virgen, todo está por hacer y en él podrán encontrar cabida un gran número de ciudadanos con trabajos reales, no por la vía informal sin ninguna cobertura médica ni de seguridad social, como ocurre con los desempleados en otros países. Por otro lado, en Cuba existen ocupaciones que la gente rechaza: en la agricultura, la construcción y otras esferas productivas y de servicios; labores que, por haber tratado de resolver el desempleo "inflando" las plantillas con "plazas de apoyo", son mal remuneradas y desdeñadas por la población.
Son situaciones incomparables y no tienen raíces comunes. Las causas de los despidos masivos y las políticas de choque en el capitalismo responden a los intereses de las oligarquías gobernantes y no a las necesidades de los trabajadores. En ese medio reinan el desamparo, la inequidad y la desesperanza.
En nuestro país se trata de perfeccionar un régimen de justicia social, hacerlo más productivo para todos, más equitativo (que no significa más igualitarista) y más eficiente.
Como corolario de todo esto se desprende que el llamado es a trabajar, a ser más eficientes, a acabar con dogmas caducos e inoperantes y a erradicar las trabas que frenan el desarrollo armónico del país.
N. Páez del Amo
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