Gran recesión. Cuarto año 'triunfal' (y sigue...)
Los científicos sociales, y especialmente los economistas, habrán de esforzarse en explicar a los ciudadanos cómo una crisis del sector privado originada en el corazón del sistema financiero de Estados Unidos con el estallido de la burbuja de las hipotecas locas (de alto riesgo) ha devenido, cuatro años después, en una crisis del sector público, localizada en la deuda soberana de los países europeos. De lo privado a lo público, de Estados Unidos a Europa: parece una conspiración.
Recibí el artículo que comento brevemente en su primer párrafo, dejándoles leer parte de él, publicado en el Pais.com de la mano de Oscar Zas, presidente de la Asociación Latinoamericana de Jueces del Trabajo. En su momento solamente dije lo siguiente:
Sobre la nota, es de verdad llamativo que lo que empezó en el sector privado tocara tan fuerte al público, pero es que en los Estados Unidos, lo público es tan privado como lo privado es tan público. Es impresionante, pero están pagando una deuda con sus ciudadanos.
Y posteriormente agregué a otro colega lo siguiente:
"Mantengo lo dicho de que en EU todo lo público es privado y todo lo privado es público, porque cuando las cosas del mundo privado se ponen al rojo vivo, enseguida traen a colación al Estado para que intervenga y resuelva el lío creado y por tanto ponen lo público en función de resolver lo que armaron en el mundo privado. De eso se trata, no es de otra cosa. Y creo que todos hayan entendido el sentido de mis palabras que no fueron otras.
Ahora continúo con parte del texto en algunos aspectos que me interesaron.
Al convertirse en campeona de la ortodoxia económica, Europa va rezagada en la recuperación. El paro de los menores de 25 años supera el 46% de la generación más preparada de nuestra historia. En el mundo, 1.200 millones de trabajadores, el 40% del total, son considerados vulnerables
Y sin embargo no lo es. El mecanismo de esta contorsión ha sido más o menos el siguiente: las pérdidas originadas por el agujero de los productos subprime (primero hipotecas y después otros muchos, igual de opacos, complicados y arriesgados) pusieron a muchos bancos en pérdidas, con problemas primero de liquidez y luego de solvencia, y se contagiaron al resto de entidades financieras. Al mismo tiempo, a través de los desahucios de las viviendas, del aumento del paro y del empobrecimiento de las clases medias, la economía real entró en recesión: dejó de crecer. La tormenta perfecta: economía real estancada y economía financiera en peligro de quiebra. Para intentar arreglar estos problemas, los Estados pusieron en circulación billones de euros y dólares (muchos más para solucionar los problemas bancarios que los reales) que aumentaron exponencialmente el déficit y la deuda pública de los países. La paradoja consiste en que los mismos que fueron ayudados para que sobreviviesen, con dinero público a espuertas (los mercados financieros, en sus distintas modalidades), son los que ahora exigen a los Estados que paguen sus deudas y que reduzcan sus déficits con rapidez, lo que llevará a inmensos sacrificios y recortes a los ciudadanos de esos Estados. El Gran Saqueo.
Cuatro años y medio después de que comenzase la Gran Recesión, afectando al mundo entero, la crisis ha dividido al planeta en dos velocidades: en la primera figuran las zonas geográficas donde los problemas se han agudizado más (el antiguo Primer Mundo: Estados Unidos, Europa y Japón); en la segunda, los países emergentes, muchos de los cuales están creciendo a tasas cercanas a los dos dígitos y viendo reducir sus porcentajes de pobreza absoluta. Esta es una característica novedosa en la serie de las crisis de los últimos tiempos: la actual ni ha comenzado en la periferia ni se ha transmitido a la misma con idéntica intensidad. En cuanto a las políticas económicas que se han puesto en práctica para superar los problemas, hace ya tiempo que se perdió una especie de sentido común económico compartido y se ha establecido con carácter oficial una desavenencia: los que creen que para salir de la crisis hay que ajustar primero las economías como condición imprescindible para crecer, y los que opinan que este es el momento del crecimiento económico y que solo cuando se obtenga una velocidad de crucero habrá que combatir los desequilibrios que se han formado. Europa se ha convertido, durante el año 2011, en la campeona de la ortodoxia económica.
Más de dos décadas después de su elaboración, Europa está aplicando con extremo rigor los principios fundamentales del Consenso de Washington, que se aplicó sobre todo en los países latinoamericanos. El primero de ellos es la obtención urgente de la estabilidad presupuestaria, con la lucha prioritaria contra el déficit público a costa de lo que sea, incluso del crecimiento económico. Por ello, la zona europea va rezagada en el proceso de recuperación económica respecto a las otras partes del globo. Hace tiempo que los países emergentes destilaron y luego extrajeron lo que de bueno había en el Consenso de Washington, arrojaron a la basura lo malo (el fundamentalismo y la rigidez en su aplicación) y extendieron su política económica, con menor o mayor acierto, hacia las reformas de segunda generación y hacia aspectos tales como el crecimiento, la mejora de la equidad, un mayor equilibrio entre el Estado y el mercado, las necesidades regulatorias, evitar que la competitividad se nivele en el listón más bajo en asuntos como la degradación del medio ambiente, el dumping social, los flujos migratorios, etcétera. Muchos países de los que mejor resisten las secuelas más nocivas de la Gran Recesión están inmersos en políticas heterodoxas y semiestatales, con aumentos de las reservas de divisas como colchón para resistir los embates de los desequilibrios macroeconómicos, gastos en infraestructuras y en I+D, reducción del superávit primario, políticas sociales selectivas... Los heterodoxos han devenido en ortodoxos, y viceversa.
Dentro del factor diferencial europeo del desempleo, España ha ocupado un lugar mayor. En 2011 se han cumplido cuatro años de destrucción masiva de puestos de trabajo. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de desempleo española supera el 21% de la población y los cinco millones de personas. Ningún analista pronostica que al menos en los primeros trimestres de 2012 deje de crecer. Con ser extraordinariamente negativo ese porcentaje, más lo son algunos datos desagregados: el paro juvenil, que afecta a los menores de 25 años, supera el 46% del total de la generación más preparada de la historia de España ("superpreparados y superparados"); el número de hogares en los que nadie de los que buscan trabajo lo encuentra se encontraba por encima de los 1,3 millones; se superaban por primera vez desde el año 1996 los dos millones de parados de larga duración (más de un año buscando empleo), y el colectivo que crece con más rapidez es el de los que llevan dos años a la búsqueda de empleo, que superaba el millón (que ya no tienen derecho al seguro de desempleo, uno de los corazones del Estado de bienestar). El 55% de los empleos perdidos durante la crisis son del sector de la construcción, lo que manifiesta la intensidad que el estallido de la burbuja inmobiliaria tuvo en España. La tasa de temporalidad ronda el 25% de los activos.
Cuatro años de crisis ya es un periodo suficiente para que se comiencen a desvelar las huellas que está dejando en la sociedad en términos de pobreza y de desigualdad. Se sabe que, en general, la desigualdad tiende a crecer en épocas de recesión y afecta de manera especial a los sectores más vulnerables. Estos últimos son, en una crisis de la naturaleza de la actual, los relacionados con la pérdida de su puesto de trabajo. Se empieza a deducir, a través de los datos empíricos, que los sectores más afectados son los más vulnerables a la situación de desempleo a largo plazo y que la situación en el mercado de trabajo es clave para interpretar lo que está ocurriendo con la desigualdad. También, que las políticas públicas de protección no parecen estar adecuándose plenamente a esta coyuntura ni a los riesgos que implica que esta se extienda en el tiempo.
En definitiva, se pueden ya sacar algunas conclusiones estructurales sobre las secuelas que la Gran Recesión que arrancó en julio de 2007 está dejando en España: un claro empeoramiento de los indicadores sobre el estado de la distribución de la renta, en relación con los objetivos razonables de equidad. Aunque la crisis afecta a todos, la capacidad de defensa y de recuperación del bienestar es muy diferente según el lugar que se ocupe en la distribución de la renta. Hay un punto de inflexión, que comienza en 2008, en cuanto a los indicadores de privación material, debido al aumento de hogares con dificultades financieras, especialmente en familias de inmigrantes. A partir de ese año se agudizó mucho, lo que es explicable en gran medida por el incremento espectacular del paro de larga duración, más del 40% del total. Los trabajadores de origen extranjero se sitúan entre los grupos más afectados como consecuencia del hundimiento de los sectores productivos que constituían sus nichos de empleo; también los jóvenes, los hogares con varios adultos en paro, los trabajadores con baja cualificación o las familias formadas por una mujer parada o con empleo precario y con hijos a su cargo.
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