El primero es de nuestro amigo, el Dr. Joaquín Aparicio Tovar, profesor de la UCLM.
Querido Pedro: Ante las noticias que veo desde ayer en los medios de
persuasión más importantes de España te rogaría que hicieses llegar a todas las
amigas y amigos de de la red y, en especial a las y los argentinos, estas
reflexiones personales.
Escuchar lo que los medios de persuasión llaman noticias es cada día
llevarse un disgusto en España, y en importante medida en casi toda Europa, pero
lo que cuentan estos medios sobre el “conflicto” entre España y Argentina por
causa de unos rumores sobre una posible nacionalización de la empresa YPF
controlada en su mayoría por la española REPSOL, ya raya el absurdo y es un
insulto a la inteligencia de la y los ciudadans. Si es cierto lo que dicen los
medios, las gruesas declaraciones de ministros del gobierno del PP y de otros
altos cargos son un despropósito. Son declaraciones más bien propias de tabernas
entre parroquianos ya muy avinados o pasados por aguardiente, que se alejan de
aquellas regidas por la prudencia que deberían ser las propias de los gestores
de la cosa pública. El hecho de que este tipo de declaraciones y actitudes
también se den en muchos otros países no exime del rotundo rechazo. Cuando se
irrumpe en los medios de esta manera cabe pensar si no es fruto de un cálculo
para desviar la atención de otros asuntos que realmente afectan a la mayoría de
la población. Esto lleva una segunda cuestión cual es el disparate de
identificar el interés común con el interés de una singular empresa, por muy
grande que esta sea. Cuando un Gobierno se pone al servicio del interés privado
está procediendo a degradar lo público para confundirlo con el interés de unos
pocos. Esto no quiere decir que los Gobiernos deban desentenderse de la suerte
de sus representados (en este caso los accionistas de Repsol y otros grupos de
interés) pero dentro de la mesura y el respeto a puntos de vista de otras partes
implicadas.
Ese
respeto a otro punto de vista lleva a una consideración sobre el fondo del
asunto. Parece que solo enunciar la palabra nacionalizar es hoy incurrir en
anatema. Y sin embargo el periodo en el que se dio el gran salto en Europa para
dejar atrás injusticias y pobreza de mucha de su población, los “años dorados”
posteriores a la segunda guerra mundial en los que el crecimiento económico fue
de la mano de una mayor redistribución de rentas y mayores avances en igualdad y
en democracia, se hizo con una política muy intensa de nacionalizaciones, de
fortalecimiento del sector público. La ofensiva neoliberal que se inició a
finales de los años 70 se ha llevado por delante todo aquello y ahora la
situación es la que es. No parece que sea un disparate el control por el poder
público de todo aquello que condiciona de manera determinante la vida de los
ciudadanos como la energía, las comunicaciones, el sistema financiero, la
educación, la atención de la salud o la garantía de la subsistencia frente a los
estados de necesidad. En todos esos supuestos y en otros más, la desigualdad
entre el que ofrece la prestación y el que la necesita es tan grande que no es
posible un acuerdo justo y por es bastante razonable que ciertos bienes deban
estar fuera del comercio. Tal vez por este lado haya que buscar las razones de
la virulencia de los medios de persuasión dominados por capitales oligárquicos.
En todo este desdichado asunto es particularmente deplorable la llamada a las
bajas pasiones que el patriotismo de pacotilla puede despertar entre partes
implicadas. Oponerse a ese chabacano patriotismo es colocarse a un paso de ser
reo de un delito de traición, pero afortunadamente en este caso no habría
espacio suficiente por muy ancha que sea Castilla y mucho más la Patagonia,
donde encerrar a tanto antipatriota. Para mucha gente se hace cada vez más
evidente que, como alguien dijo, en estos casos el patriotismo es uno de los
últimos reductos de los canallas.
Joaquín
Aparicio Tovar
Y esta es mi contribución al debate.
Estimado Pedro. Muchas gracias por compartir este
mensaje en la Red, porque no interesa solo ni mucho solamente a los argentinos.
Es una cuestión de vida o muerte de las relaciones entre los pueblos, que es más
importante y urgente que entre las oligarquías financieras y las
transnacionales. El Estado, como bien dice Joaquín, es garante de los intereses
de sus representados, pero no puede serlo más de las transnacionales y el
capital que de sus propios ciudadanos, a los cuales ha aplicado una
"contrarreforma laboral" que raya con lo absurdo y no he visto a los medios de
la gran difusión escribir algo que llame a combate a los destinatarios. Entonces
no se puede situar el interés del capital por encima del interés nacional y de
las relaciones entre estados, pueblos y naciones enteras.
Como bien dice Joaquín, la nacionalización ha sido
arma de todo Estado y de regiones completas, cuando se ha requerido satisfacer
necesidades esenciales y sobre todo, recordemos todo lo ocurrido con México,
cuando se trata de sectores estratégicos para los países como son los
hidrocarburos, las minas, etc. Son tesoros irremplazables y no se pueden dejar
en manos del capital foráneo so pena de pérdida de la soberanía. Y le
preguntaría a quien tanto se desgarra las vestiduras por la medida que toma el
gobierno argentino en su legítimo derecho a la soberanía de su país, si del suyo
se tratase, que harían.
Y a los argentinos ahora les espera una buena dosis
de cordura para no caer en las redes del dime tu que te diré, igual que a los
españoles, que tienen como dice Joaquín, cosas más importantes de qué
preocuparse como son las consecuencias de las nuevas leyes que desamparan a sus
trabajadores, sus mujeres, sus jóvenes. Por eso cuando leemos la Carta
Sociolaboral Latinoamericana que la ALAL impulsa no tenemos más remedio que
acordarnos del párrafo que señala que siempre los pueblos seremos los convidados
de piedra, porque el llamado siempre es a salvar al capital.
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