viernes, 7 de enero de 2011

LA CRIMINALIZACIÓN DE LA HUELGA. ¿HASTA QUÉ PUNTO ES UN DERECHO DE LOS TRABAJADORES?

Traje este texto a colación porque mucho se habla de la huelga como un derecho de los trabajadores y solución de un conflicto por esa vía. Pero no siempre o casi nunca los trabajadores pueden hacer uso de ella, en virtud de prohibiciones y restricciones legales e ilegales por parte de las organizaciones e incluso de la legislación del país. Fue escrito por Jose Luis Ugarte de Chile y publicado en el Diario On Line el Mostrador del 5 de Enero de 2011.

LA HUELGA, UN ACTOR INCÓMODO.

En materia de huelga no tenían dudas los padres fundadores: debía prohibirse. Era expresión de la lucha de clases, decía sin sonrojarse Sergio Diez. “Es contraria al estado natural”, fueron sus palabras textuales. A ello se sumaban, en coro, el resto de sus amigos. De ahí que sea perfectamente entendible porque nuestra elite hará hoy, como ayer, de la huelga un delito. La huelga suele cuestionar el orden, y el orden suele expresar el equilibrio de los ganadores.

Y entonces, se encaminaban a hacer algo único en el mundo occidental después de la Segunda Guerra: prohibir constitucionalmente la huelga. Hasta que apareció la fría racionalidad de Jaime Guzmán: “No podemos” dijo, con tanta convicción como frustración. Eso nos crearían problemas internacionales y está en contra –dijo textual- del Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales que la reconoce como derecho en su artículo 8. Que pena, me imagino que dijeron Ortúzar y sus amigos, mascando la frustración. Pero al menos lograron algo: prohibirla para los funcionarios públicos.

Ahora, esa hostilidad a la huelga, desde luego, no la inventó Guzmán y sus amigos. Nada de eso. Viene desde muy antiguo, y se recoge en lo mejor de nuestras tradiciones autoritarias, haciendo parte del corazón de buena parte de nuestra elite.

Es una larga tradición de represión y criminalización de la huelga como forma de manifestación del disenso y la protesta social, que tuvo su más brutal e inaugural expresión en la matanza de Santa María de Iquique. Al Presidente Montt y su esbirro ocasional –el general Silva Renard- no les tembló la mano dura.

Es obvio que ya no estamos para la represión criminal de principios de siglo. Pero nuestros hombres de gobierno siguen pensando igual: la huelga es una alteración al orden público y por tanto, tenemos las mejores razones para reprimirla. Con palos y aviones Hércules –como la de Collahuasi – o con las represalias legales que corresponda –como la de los funcionarios públicos y sus descuentos-.

Todo parece tan claro y bien argumentado. Pero el problema es que las cosas pueden –y de hecho tienen- una lectura completamente distinta:

La huelga no es una alteración ilegitima al orden social ni nada parecido. Es un derecho fundamental de todos las personas –sean funcionarios públicos o privados-, reconocido ampliamente en los tratados internacionales –esos que a Guzmán le dio miedo infringir- tales como el Convenio 87 de la OIT o el Pacto de Derechos Económicos y Sociales.

Por ello, esos mismos chilenos que están dispuestos a sacrificarla sin miramientos, deben quedar sorprendidos como en el mundo desarrollado se ejercen estos derechos por los amplios sectores de la sociedad, incluido los funcionarios públicos, e, incluso, hasta la policía.

Un dato interesante en este punto es que se trata de un derecho reconocido ampliamente en los países de la OCDE, dentro de los cuales Chile es, por lejos, el que tiene una regulación más agresiva contra la huelga. Prácticamente casi ninguno acepta, por ejemplo, el reemplazo de trabajadores en huelga, ampliamente previsto por la ley chilena. Y buena parte de ellos permite la huelga de los funcionarios públicos como Francia, Suecia o España. En Alemania, el Tribunal Federal decía ya en 1980 que “la negociación sin derecho a huelga, no era sino mendicidad colectiva”.

Es un derecho, además, especialmente valioso para los sectores más débiles de la sociedad, como son los trabajadores asalariados –públicos y privados-. Ellos, necesitan de la huelga como un vehículo de expresión clave, en algunos casos único.

De ahí que sea perfectamente entendible porque nuestra elite hará hoy, como ayer, de la huelga un delito. La huelga suele cuestionar el orden, y el orden suele expresar el equilibrio de los ganadores. El pequeño detalle es que el orden puede soportar -sin problemas- lo más escandalosos niveles de desigualdad y de exclusión.

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