El pueblo es el que decide
Por Bárbara Betancourt. Radio Habana Cuba
El pueblo es el que decide, es mucho más que el título del editorial con el que el diario Granma hacía referencia al inicio del debate popular del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido Comunista de Cuba (PCC) y la Revolución, que será analizado durante el Sexto Congreso de esa organización, en abril del 2011.
Que el pueblo decida ha sido un rasgo distintivo de la Revolución que, desde el primer día, otorgó a todos los cubanos y las cubanas la capacidad de ser protagonista, objeto y sujeto del quehacer cotidiano de una nación que lleva medio siglo en permanente evolución transformadora; es la máxima que ha guiado y garantizado la relación y la cohesión entre el pueblo y sus dirigentes. Por eso ahora, cuando es necesario refrendar la estrategia que el órgano rector de la sociedad ha diseñado para actualizar el modelo económico del país, una vez más ha sido convocada la ciudadanía a participar, con sus dudas, criterios y opiniones, y en pie de igualdad con la militancia partidista.
En sus últimas intervenciones públicas, el presidente Raúl Castro ha insistido en la necesidad de que todos puedan expresarse, aún si tienen un criterio discrepante, convencido de que la diversidad fortalece la unidad, no la debilita en modo alguno como sí lo hace la falsa unanimidad que esconde malsanos oportunismos y conveniencias. “Nadie debe quedarse con una opinión por expresar y mucho menos que le sea impedido expresarla".
Durante tres meses, hasta el 28 de febrero, cada núcleo del PCC y las secciones sindicales de cada centro laboral de Cuba harán en ese sentido su propio congreso.
En la introducción del texto se hace una necesaria descripción de las condiciones que imperan en el mundo, sumido en una crisis económica, financiera, energética, alimentaria y ambiental de enormes proporciones y consecuencias, se consignan los daños por el recrudecimiento del bloqueo estadounidense y los efectos acumulativos de los fenómenos naturales que han afectado al país en los últimos años, sin obviar la mención crítica a las deficiencias que han distinguido los procesos productivos e inversionistas del país.
Es necesario saber que la variación de los precios de productos y materias primas en el mercado mundial han ocasionado a Cuba en la última década pérdidas que superan los 17 mil millones de dólares y que la combinación de 16 huracanes y varios períodos de intensa sequía costaron al país unos 22 mil millones más.
Con escasas posibilidades de acceder a financiamiento externo, sometida a los rigores de una verdadera guerra económica, ¿a dónde iría a parar el país si no revitaliza su agricultura, que ahora solo aporta el 4 por ciento del producto interno bruto (PIB) y obliga al Estado a gastar en alimentos el 17 por ciento del total de recursos que destina a las importaciones? ¿Cómo garantizar una mayor autosuficiencia en este campo, si las granjas estatales agrícolas ni siquiera explotan el 30 por ciento de las tierras asignadas y los campesinos privados, que son los de mejor desempeño, trabajan en menos del 66 por ciento de las suyas?
¿Cómo mantener un crecimiento con calidad, si en la última década jamás se ha cumplido el plan de inversiones, con años tan desastrosos como el pasado, cuando apenas se concluyeron la mitad de las programadas, y existen empresas que muestran un ininterrumpido historial de pérdidas y más de un millón y medio de trabajadores no tienen un verdadero contenido de trabajo que justifique el salario que se le paga? Los mayores aportes al PIB de Cuba llegan de los servicios y no del sector productivo, mientras que el Estado subsidia casi el 88 por ciento de los productos normados que vende a la población y mantiene gratuidades que no se justifican en lo más mínimo.
He mencionado algunas de las deficiencias más notables de la economía cubana y que demandan modificaciones inmediatas, en aras de la eficiencia y la productividad que necesita el país para su propio desarrollo. Hacia su solución apuntan los lineamientos propuestos, cuya ejecución práctica supondrá, en no pocos casos, una alta dosis de sacrificio y una nueva interpretación del contrato del Estado con la sociedad.
No se trata de renunciar a los principios de justicia social propios del socialismo que, aún con imperfecciones, convirtió al cubano en un pueblo culto, libre, digno y solidario; se trata de hacer lo que corresponde en esta etapa del socialismo que sus creadores no tuvieron posibilidad de imaginar ni teorizar al respecto. Como obra colectiva que es, requiere del esfuerzo, el compromiso y la inteligencia de todos.
Aspirar a una Cuba mejor, con una economía eficiente y con capacidad para posibilitar el bienestar de su pueblo sin subsidios innecesarios ni prácticas paternalistas, no tiene nada que ver con renunciar al socialismo, a su justicia social y a la propiedad colectiva y estatal. La meta de construir una sociedad mejor siempre ha sido un propósito de la Revolución cubana, que encontró en el socialismo los principios y las fórmulas mas acertadas para avanzar en ese camino, no exento de obstáculos, y en el que más de una vez decisiones equivocadas han significado retrocesos difíciles de remontar.
Y aunque en este poco más de medio siglo de obrar con humanismo y decoro, con las luces y sombras propias de cualquier creación, y la Revolución lo es, no han faltado los que, desencantados por las manchas, optaron por abandonar o cambiar de bando. Nadie que respete la verdad pone en duda que la inmensa mayoría de los cubanos y las cubanas se mantiene fieles a la Revolución y la hacen y la defienden a diario.
Ahora todos han sido convocados a enrumbarla por derroteros que la salven de su autodestrucción y la lleven a un mejor destino, que reivindique su validez y sus atractivos como proyecto político y socioeconómico. No es la primera vez que el pueblo cubano es llamado a diagnosticar su sociedad y a proponer soluciones para sus males. Recuerdo los llamados parlamentos obreros durante el peor de los momentos de aquellos años 90 del pasado siglo, cuando la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista de Europa del Este nos privó de golpe de suministradores, de insumos, de tecnologías y de mercados para nuestros productos, y Washington, ni corto ni perezoso, recrudeció e internacionalizó su criminal bloqueo económico, comercial y financiero.
Ya en esta década, cuando la envergadura de factores externos, como la crisis económica mundial, profundizaron los efectos de nuestras propias ineficiencias internas, llegaron, primero, las alertas del líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, y más recientemente, las del presidente Raúl Castro.
El discurso que el Comandante en Jefe pronunció el 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, dirigido fundamentalmente a los estudiantes, advertía sobre males que se habían entronizado en la sociedad cubana y que podrían provocar la autodestrucción de la Revolución.
Masivamente discutido por el pueblo, devino una suerte de exorcismo para abandonar acomodamientos y desidias y asumir posiciones mas combativas contra prácticas y comportamientos conniventes con lo mal hecho y hasta con lo ilícito e ilegal.
La enfermedad que lo apartó de sus cargos al frente del Estado y el gobierno cubanos no significó que las advertencias de Fidel perdieran vigencia. Retomadas por Raúl Castro, y en un contexto internacional cada vez más complejo, devinieron líneas de trabajo que quedaron particularmente expuestas en el discurso que el actual presidente cubano pronunció el 26 de julio de 2007 en Camagüey. Sobrevino un debate que involucró a toda la sociedad, al mejor estilo de una tormenta de ideas y propuestas, que tuvo sus respuestas iniciales en el primer trimestre de 2009 cuando se anunciaron medidas y disposiciones que iban en la dirección de las reclamadas por el pueblo. Algo similar ocurrió con su intervención en la cita ordinaria de verano del Parlamento nacional, en agosto pasado, cuando adelantó la implementación de otro grupo de decisiones, que también respondían a las expectativas ciudadanas, aún cuando algunas provoquen cierta preocupación e, incluso, incertidumbre.
Y si me remito a estos antecedentes, que confirman cuánta verdad encierra la máxima de que en Cuba sí es el pueblo el que decide, es para demostrar cuánto mienten aquellos que, en busca de publicidad y fondos, declaran a medios de prensa, tradicionalmente hostiles a la Revolución, que ya todo está acordado y que las propuestas al calor del debate de los Lineamientos de la política económica y social del Partido Comunista de Cuba no pasarán de ser un ejercicio formal.
Tales afirmaciones sólo podrían ser ciertas si se refieren a sus propias propuestas. Dirigidas, como están, a eliminar el socialismo e instaurar un capitalismo que nunca ofreció respuestas al pueblo cubano, como tampoco se las proporciona hoy al mundo, jamás serán tenidas en cuenta. Aquí lo que se quiere es otra cosa, justo lo contrario, es salvar el socialismo, preservar sus conquistas, hacerlo mas fuerte y mejor.
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